lunes, 8 de agosto de 2011

Hoy podrás jugar a ser Dios





Hoy podrás jugar a ser Dios. Sólo durante un instante fugaz, pero tendrás la gracia de poder sentirte como Él. La extraña se apartó un poco hacia atrás, dejando que su víctima pensase en lo que iba a hacer. Alice miró a un lado, después al otro, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Volteó la cabeza y recibió la negativa que se adelantaba a la pregunta. - Elige. Una nube de recuerdos borrosos afloró en su mente: dos niños, 21 años a su lado, comprensión, cariño, esfuerzo... Su mirada se tornó bondadosa pero triste al mismo tiempo. No, no quería hacerlo, sin embargo, parecía que no había otra salida. ¿Cómo le explicaría aquello a sus hijos? Su padre muerto por..., ni siquiera estaba segura de poder entenderlo ella misma. Miró al otro lado. Más recuerdos: 4 meses pasionales, sentimientos jamás percibidos, una incipiente felicidad (más grande de lo que nunca hubiese podido imaginar)... Se arrodilló y acarició su cara. Notó como los pelos de su barba de tres días arañaban su palma desnuda.

 Con el pulgar, rozó sus labios, aquellos que tantas veces había besado en aquel lugar secreto. Después, le revolvió el pelo. Le quería, le quería demasiado para quitarle la vida; sin embargo, era lo correcto y lo más fácilmente explicable. La herida del costado le profirió un pinchazo. Se tocó. La sangre manaba abundantemente. Su vida todavía no peligraba, se sentía con fuerzas, pero sabía que desangrándose a aquel ritmo, pronto comenzaría a notar los incipientes signos de la muerte. - Debes elegir... -dijo la extraña que miraba aquella escena sin ningún tipo de sentimiento. Alice se levantó y le pidió el cuchillo. "Perdóname...", pensó. Le besó por última vez y trató de atisbar la manera de quitarle la vida a alguien con el mínimo sufrimiento. Nunca había matado nada en su vida, nada que no fueran insignificantes insectos y ahora se veía metida en una situación cómo aquella. ¿Cómo se mata a un hombre? - Es mejor no pensar; simplemente, házlo. Levantó el frío acero y lo clavó en el cuello de su amante. Las drogas administradas habían hecho su efecto y apenas sí hubo una mínima contracción de sus labios. Cuando extrajo la hoja, la sangre comenzó a manar en abundancia. Sus ojos, llenos de lágrimas ardientes, se cerraron. Tiró el cuchillo. El sonido metálico al golpear contra el suelo invadió el silencio de la estancia. Le abrazó. - Te quiero, te quiero, te quiero, te quie... Notaba cómo su respiración se hacía más lenta y cómo los latidos de su corazón se iban apagando. Era tarde, ya no había nada que hacer. - Felicidades, has hecho lo correcto...

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